La
disciplina de la imaginación.
No es posible reflexionar sobre el sentido
de la literatura sin establecer las condiciones precisas en las que se produce.
Los escritores lamentan la falta de
lectores, las salas de conferencias permanecen vacías, nadie parece darse
cuenta que la razón principal de que no exista esa multitud llamada público se
encuentra en un cuenco entre la educación y la cultura, entre saber y estar al
día.
En las salas de conferencias de institutos
de bachillerato, se encuentra el mejor público, el más receptivo y
sincero. En España, muchos de los
conservatorios de música se encuentran en muy malas condiciones y las
administraciones públicas gastan en canales de televisión que emiten
basura.
A nadie le interesa aprender cosas inútiles. Desde el nacimiento del ser
humano, los aprendizajes están ligados al instinto de supervivencia y a la
necesidad de comprender el mundo y crear una idea razonable de la posición del
ser humano en él. El hombre quiere saber
lo que le es necesario y busca fuera de sí, lo que existe dentro de él mismo.
Es por eso que el amor a los libros sólo se da cuando se cree que son útiles y
que pertenecen al reino de la vida propia.
Leer no es hacer méritos para aprobar un examen o presumir que se está
al día. Un libro no debería de adquirirse como si fuera una camiseta de moda.
Un libro verdadero es tan necesario como un vaso de agua. La literatura es un
atributo de la vida, un instrumento de la inteligencia, de la razón y la
felicidad.
La literatura, no es cultura, sino algo
más serio y elemental, es una consecuencia del instinto de la imaginación, que
opera con plenitud en la infancia y que poco a poco suele atrofiarse. De
adultos, la imaginación se mueve con torpeza y se olvida que hubo un tiempo en
el que el juego y la fábula no eran una manera desmañada de huir de la
realidad, sino, la forma soberana del conocimiento.
Mediante el juego se aprenden las normas y las leyes del mundo. La imaginación
se apodera de las cosas, transmutando la realidad ostensible en una apariencia
maleable que obedece los deseos. Lo que para los adultos es siempre un desván y
jardín, los niños lo convierten en grutas y selva; ven a los padres como un
súper héroe o un gigante.
El tiempo, fugitivo y cuadrado. Llega a
ser tan vasto como el tamaño que tienen en el recuerdo las habitaciones del pasado. En esa edad,
épocas de oro de la infancia, placer y aprendizaje, juego verdad, imaginación y descubrimiento, eran
sinónimos. A medida que el ser humano crece y comienza a adiestrarse al
trabajo, para la mansedumbre y la desdicha, el hábito de la imaginación se
vuelve incómodo o peligroso, u desde luego inútil, y sin darse cuenta, se va
perdiendo porque hay una determinada presión social para que nos convirtamos no
en individuos sanos, felices y
autónomos, sino en súbditos dóciles, en empleados productivos, en lo que antes
se llamaba hombres de provecho. Así se trazan fronteras rigurosas, el juego, la
fábula, la imaginación, quedan despojados de su soberanía y convertidos en
proscritos.
La imaginación es muy fuerte y no se vence
fácilmente. Si se ha educado el acercamiento a los libros, al final de la
adolescencia, suele ser un momento ideal para afanarse a la literatura y así
mantener activa la imaginación.
La literatura establece un juego
profundamente tramposo, porque no permite distinguir de lo real y lo que no
existe. Los juegos y los cuentos enseñan a vivir, al igual que los mejores
libros. La literatura que importa es aquella que contagia de vigor y vitalismo.
Los simulacros son como narcóticos que inducen a la pasividad de los fumadores
de opio. Éste tipo de literatura es la que más se enseña.
Introducir a los niños y jóvenes al reino
de los libros es enseñarles que éstos no son monumentos intocables, sino
testimonios cálidos de vida. La
literatura no es un catálogo de fechas y nombres; es un tesoro infinito de sensaciones,
experiencias y vidas; es un espejo al interior y una ventana que muestra más allá de las experiencias propias; es
necesaria, es un lujo de primera necesidad.
El hecho de que la literatura sea
necesaria, no quiere decir que todos pueden, sin esfuerzo, puede escribirla y
leerla. Las cosas que instintivamente se llevan a cabo, las que parecen no
tener esfuerzo alguno, han requerido de un aprendizaje lento y difícil. Es
igual que aprender a hablar, se habla por instinto y con naturalidad, pero
costó mucho aprender a hacerlo. Al aprender a caminar, es necesario caerse en
varias ocasiones ara aprender a hacerlo bien, vencer el miedo y andar con
facilidad.
Aprender a escribí libros es una tarea
larga, un placer extraordinario y laborioso, no se regala a nadie. La
inspiración, la fluidez, la sensación de que las palabras van señalando el
camino, llegan después de mucho tiempo de dedicación y disciplina. Al igual, aprender a leer libros y a gozarlos
también es una tarea que requiere esfuerzo, paciencia y humildad.
Parece imposible lograr que las personas
se desprendan de la televisión y se concentren en la literatura y que en las
escuelas exista la verdadera posibilidad de que profesores y alumnos compartan
la experiencia del aprendizaje de la imaginación.
Porque la literatura no está solo en los
libros y menos en los actos culturales, en las conversaciones de los literarios
o en suplementos literarios de los periódicos. La literatura se encuentra en
aquellos lugares donde alguien escribe a solas a altas horas de la noche, donde
un padre cuenta un cuento a su hijo, quien tal vez en algunos años se tomará el
tiempo de leer una novela. Pero el lugar en dónde encontramos más literatura es
en un aula, el profesor con su
entusiasmo contagia a los alumnos del amor a los libros.
El amor a la literatura es más que solo
leer algo que alguien más escribió, es también viajar al interior, conocerse a
sí mismo y explorar un universo inmenso. El uso de la imaginación es de
verdadera importancia para los humanos, ayuda a establecer una inteligencia
para aplicar experiencias y aprendizajes en la vida real.
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